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Cuando seamos líderes


Elder Gabriel A. Campos
de los Setenta

Al aceptar el evangelio y tomar la decisión de bautizarnos en la Iglesia, cada uno de nosotros ha tenido que aceptar también a Jesucristo como su Salvador y Redentor; al hacerlo nos convertimos en Sus discípulos.

Un discípulo es alguien que conoce a su maestro y, por lo tanto, lo sigue y trata de ser como él es, en un proceso que puede durar toda la vida. En el Libro de Mormón, Jesucristo nos invita a ser como Él, cuando nos pregunta: "... ¿qué clase de hombres habéis de ser?" y da la respuesta a continuación diciéndonos: "... aun como yo soy" (3 Nefi 27:27). El desafío es grande, sin embargo, Él mismo es el modelo que debemos seguir.

Cuando caminó con sus discípulos, les mostró algunos atributos que hicieron de Él un líder a quien querer, seguir e imitar. Estos atributos mostrados por Él y que podemos conocer al estudiar las Escrituras, son los que nos llevarán a emular el carácter de Jesucristo para llegar a ser líderes más semejantes al modelo que Él nos ha dado.



No sabemos cuándo seremos llamados y por lo mismo debemos prepararnos para cuando el momento llegue, de tal manera que podamos -en ese instante- poner en práctica aquello que hizo de Jesucristo un líder tan especial pues, por más que pasen los años, Sus enseñanzas y la forma de impartirlas no pasarán sino que estarán vigentes para que, el que con diligencia las busque, las ponga en uso al hallarlas.

Se nos dice que debemos guiarnos por principios verdaderos, ya establecidos, pues eso nos dará la seguridad de estar haciendo las cosas bien, evitando crear nuevas técnicas sobre la marcha, las que no sabemos si serán apropiadas o perdurarán en el tiempo (véase Juan 5:19).

Él caminó junto a aquellos a quienes tenía la misión de servir, no sólo diciéndoles lo que debían hacer, sino también entregándoles Su ejemplo personal, lo que le permitió estar cerca y levantar a los que lo acompañaban (ver 1 Nefi 11:31).

En virtud de Su gran amor por el prójimo escuchaba a los demás, lo que le permitía saber lo que ellos sentían y querían, para ayudarles en los momentos oportunos (véase Marcos 5:35-36). Él era paciente y amoroso, lo que le dio la posibilidad de enseñar una y otra vez, hasta que Sus discípulos aprendieran apropiadamente, sin demostrar enojo (véase Juan 21:15-17). También, por amor a Sus seguidores, Él pudo ser franco y sincero con ellos, lo que permitió que crecieran y maduraran al ser amonestados de una manera directa pero apropiada (véase Proverbios 15:31-33).

Él también nos enseñó lo importante que era usar el tiempo adecuadamente. Este don es tan valioso que debemos cuidarlo pues el tiempo que dejamos que se pierda no podemos recuperarlo (véase Eclesiastés 3:1-8).

Aun cuando Él podría hacerlo todo fácilmente y de una manera correcta, ha delegado en nosotros la tarea de hacer Su obra, participando activamente en ella, haciendo cosas importantes. Como Él todo lo sabe, nos da esas responsabilidades según nuestras capacidades personales para que así logremos nuestro propio desarrollo (véase D. y C. 1:24).

Podríamos enumerar muchos otros atributos que nos ayudan a ser más como Jesucristo; es nuestro deber buscarlos y desarrollarlos para hacer la obra de una manera eficaz. Somos Sus hijos y tenemos un potencial divino que nos debe impulsar con un esfuerzo honesto a ser líderes más semejantes a Él. Para lograrlo no necesitamos hacer cambios grandes ni bruscos, basta que sean pequeños y suaves pero constantes y perdurables y ellos nos acercarán más al modelo de Jesucristo.

Que el Señor les bendiga en sus esfuerzos sinceros por ser cada día más semejantes a Él.


Basado en el discurso Jesús: El líder perfecto del presidente Spencer W. Kimball, Liahona, agosto de 1983, página 11).

Tomado de lds.cl


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